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ta la noche para tomar el te, con los ojos enrojecidos y mal sabor de boca; les zumbaban los oídos, el cuerpo desfallecía por debilidad, inertes las piernas y los brazos. Una vez levantados, andaban como borrachos y, durante algunos minutos, no acertaban a comprender si era de noche o de día.

Después del te volvían a acostarse y fumaban, refiriéndose anécdotas. Jugaban con frecuencia a las cartas y preferían los juegos sencillos, sin complicaciones. Aunque no tenían dinero, apuntaban cantidades, y lo que perdían o ganaban lo sumaban a las pérdidas o ganancias anteriores, de suerte que las deudas de algunos ascendían a muchos miles de rublos.

Lo más extraño era que conservaban la fe en el porvenir. Creían firmemente que iban a sanar, que encontrarían después alguna contrata con antiguos camaradas, y que comenzaría para ellos de nuevo la vida agitada, divertida, desordenada del teatro. De aquí que guardaran cuidadosamente, en el fondo de sus cajones, antiguos programas o recortes de periódicos, donde figuraban sus nombres.

A las ocho de la noche se les servía la comida, compuesta de las sobras, recalentadas, del almuerzo. Inmediatamente después de comer, se desnudaban y se acostaban. Pero en mucho rato no podían dormirse. Agitábanse en la cama, y aquéllas eran para ellos las horas peores. Las viejas enfermedades hacíanse sentir dolorosamen-