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tos por célebres autores; Baydárov sobresalía en historias groseras, increíblemente absurdas, sobre las mujeres. Por otra parte, a todos, incluso al piadoso Stakanich y al "Abuelo", que no se levantaba nunca de la cama, les gustaba hablar de estas cosas. Su propia incapacidad física y moral daba a sus conversaciones sobre las mujeres un carácter terrible y repugnante. Jamás hablaban de la mujer con respeto y afecto, como madre, esposa o hermana; en su imaginación pervertida no veían más que la hembra, un animal tentador, taimado y extremadamente sensual.

A veces los actores hablaban de sus propias aventuras teatrales. Mijalenko llamaba a esto reflexiones sentimentales sobre el pasado. Sin darse cuenta, relataban veinte veces el mismo episodio, en los mismos términos, con los mismos gestos y la misma voz. Los relatos y las anécdotas se sucedían siempre en el mismo orden, obedeciendo a la misma ley de asociación de las ideas.

Por todo lo cual ocurría con frecuencia que, al cabo de una o dos horas de conversación, empezaban a sentir, con el cansancio y el aburrimiento, un intolerable disgusto y hastío de sí mismos y de sus compañeros de asilo.

No había nada sagrado para ellos. Todos blasfemaban sin cesar. Hasta el "Abuelo", medio muerto ya, gustaba de repetir un cuentecillo muy largo y complicado, en que figuraban el patriarca Abraham y tres caminantes que jugaban a la baraja y realizaban actos indecentes. Pero duran-