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viaje inesperado; un muerto, mal tiempo. LidinBaydárov soñaba siempre perversidades.

Después de esto, se echaban en las camas sucias y deshechas y permanecían acostados todo el día. Para engañar el aburrimiento, fumaban sin cesar. A veces mandaban a Tijon a buscar un periódico; pero sólo dos asilados lo leían: Mijalenko, que buscaba afanosamente en los anuncios los nombres de sus antiguos colegas, y Stakanich, a quien interesaban especialmente las noticias de asesinatos, choques de trenes, paradas militares, etcétera. El "Abuelo", enfermo de la vista, y no pudiendo por sí mismo, rogaba que le leyeran el periódico en alta voz; pero esto no daba buen resultado. Stakanich, que no tenía dientes, ceceaba hasta hacerse completamente incomprensible, y en cuanto a Mijalenko, comentaba cada frase con una grosería de su propia cosecha, hasta que el "Abuelo", disgustado, acababa por decirle con ira:

Basta! No quiero oír tus necedades. ¡Largo de aquí, idiota!

Se hablaba rara vez en común; pero cuando se había anudado la conversación, era imposible cortarla. Acababan siempre riñendo y acusándose unos a otros de embusteros. Gustaban mucho de contar anécdotas, y cada uno tenía su especialidad en este género. Stakanich, que era hijo de un pope, sabía anécdotas de la vida de los popes y de los obispos; Mijalenko era inagotable en anécdotas de bastidores, y sabía de memoria un número infinito de epigramas groseros, compues-