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con él. Tenía un ojo artificial muy pequeño y constantemente húmedo.

La vida del asilo era aburrida y monótona. Los actores se levantaban temprano, en invierno mucho antes de salir el sol, e inmediatamente, sin haberse lavado siquiera, empezaban a fumar. Por la mañana estaban todos de mal humor, extenuados por la terrible debilidad, y tosían con una tos sofocante. Y como en aquella vida pobre y monótona se repetían infaliblemente, no sólo los mismos acontecimientos, sino hasta las mismas palabras y los mismos gestos, todos sabían de antemano que Mijalenko, por ejemplo, al toser y respirar fatigosamente, diría la frase mil veces repetida:

¡Esta es una tos de crítico!

A lo que el "Abuelo", que había aprendido lenguas extranjeras, y no perdonaba ocasión de envanecerse de ello, respondía:

—"¡Bierhusten!" Eso se llama entre los alemanes, "Bierhusten", la tos de la cerveza...

Luego el criado del asilo, el viejo soldado Tijon, entraba con el agua caliente y los panecillos.

Los actores se servían el te, cada uno en su tetera, y lo llevaban a la mesa. Tardaban mucho tiempo en tomar el te. Se lo bebían despacio, suspirando silenciosos.

Después del te, cada uno contaba los sueños que había tenido por la noche. Todos comentaban las particularidades: ver en sueños un río significaba un viaje próximo; el barro anunciaba un