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rusos contemporáneos. En otro tiempo gozó fama de representar muy bien los papeles de padre noble y de ser un administrador inteligente.

El quinto y último habitante del asilo era el actor cómico Mijalenko, un cínico que tenía el cuello hinchado por causa de una enfermedad extraña que padecía. El asma no le dejaba respirar; hablaba con gran dificultad, y, sin embargo, era muy camorrista. En cuanto abría los ojos empezaba a reñir con sus vecinos y no cesaba hasta que, por la noche, se metía en la cama. Tenía muy mala lengua, era vulgar y despiadadamente grosero, como la mayor parte de los actores. Minado de continuo por una cólera envidiosa e histérica, urdía las más bajas calumnias, intrigaba y escribía denuncias absurdas contra sus camaradas a los patronos del asilo. Rivalizaba en expresiones groseras con Lidin—Baydárov, el cual, no obstante, le superaba en el arte de inventar y combinar las villanías más inverosímiles; en cambio, Mijalenko aventajaba a todos en la facultad de hallar las injurias más venenosas y punzantes.

Gracias a su buena memoria, acudían a sus mientes, con inagotable riqueza, los recuerdos de la vida de bastidores, intrigas de amor escandalosas, batallas entre los actores, fracasos y crímenes.

Al disputar con sus vecinos, sabía sacar de su pasado teatral las páginas más vergonzosas y más sensibles; como tenía tan mala lengua, suya era siempre la última palabra. Era tuerto, y su ojo único lanzaba llamas contra los que disputaban