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paredes, entre las columnas, se hallaban las camas, y junto a ellas, sendas mesitas de noche, como es uso en los hospitales y casas de pensión.

Las ventanas no se abrían nunca por temor a las corrientes de aire; el ambiente era malsano, enrarecido por el humo de los cigarros, y despedía un fuerte olor a ropa sucia, unido a ese otro tan propio de los hospitales.

Grises telas de araña, desde el año anterior, pendían del empolvado techo.

El sitio considerado como el mejor por los asilados hallábase junto a una gran chimenea holandesa, adornada con tulipanes pintados sobre el extremo superior. En invierno hacía allí mucho calor; la ancha chimenea formaba con la pared un rinconcito retirado, que daba a aquel lugar el aspecto de un cuarto aparte. Aquel rincón privilegiado lo habitaba el pensionista más antiguo del asilo, un ex tenor de opereta, Lidin—Baydárov, hombre débil, de espíritu poco inteligente, desmesuradamente orgulloso, que sostenía con trabajo sobre sus delgadas piernas, deformadas por la gota, un cuerpo pesado y enfermizo. Siendo el primer habitante del asilo, desde su fundación, se consideraba como el dueño de la casa. Era también el primero que había introducido la costumbre de charlar y contar anécdotas groseras. Llenaba las paredes de los cuartos de aseo y las columnas blancas de salón, de dibujos obscenos e inscripciones cínicas en prosa y verso, para las que .