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Recuerde que la morfina causa estragos terribles.

Si le doy ahora una sola inyección, se ha acabado usted... para siempre... Ya no podrá usted pasarse sin ella...

Bobrov cayó sobre un ancho diván de hule, boca abajo y susurró entre dientes:

—Me es igual... Se lo suplico, doctor... No puedo más... Si no me da usted morfina, me mataré...

El doctor lanzó un largo suspiro, se encogió de hombros y se acercó al armario donde guardaba los instrumentos y las medicinas.

Cinco minutos después, Bobrov yacía sobre el diván, en un sueño profundo. En su rostro pálido, demacrado por las emociones de aquella noche, florecía una sonrisa de felicidad.

El doctor empezó a lavarle la cabeza llena de sangre.