Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/124

Esta página no ha sido corregida
120
 

tono grosero—. El camino está cerrado por la gente.

Bobrov hizo esfuerzos por ver algo, pero no vió más que siluetas vagas que formaban como un muro sobre el cual el color rojo del cielo temblaba en el horizonte.

—Pero ¿estás loco?—gritó enfadado—. ¿De qué gente hablas? ¡Si no hay nadie!

Bajó del coche. Pero apenas avanzó un poco, se percató que lo que tomaba por un muro negro era un muchedumbre compacta de obreros, que, obstruyendo el camino, avanzaban con gran lentitud.

Después de åndar automáticamente unos cincuenta pasos tras los obreros, se volvió para buscar su coche y tomar otro camino. Pero no encontró ni el coche ni al cochero. Probablemente, Mitrofan había ido en busca de su amo por otra dirección, o bien el mismo Bobrov se había equivocado de camino. Estuvo largo rato llamando a Mitrofan, pero no recibió ninguna respuesta. Entonces se decidió a seguir a los obreros y volvió sobre sus pasos. Pero ya no estaban allí; habían desaparecido como por arte de magia. Siguió andando. Cerróle el paso un ancho seto. Tras corta vacilación, saltó por encima de él y tomó un camino que subía en cuesta, cubierto de una espesa maleza. Un sudor frío cubría su rostro; tenía la lengua pesada y rígida como un trozo de madera; sentía dolor agudo en el pecho cada vez que respiraba; su corazón palpitaba con latidos