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bres que avanzaban lentamente, llenando la atmósfera con el ruido sordo de numerosas voces.

Aquel ruido, que parecía el del mar azotado por la tempestad, tenía en sí algo extraño y amenazador. Iba aumentado, a medida que el coche se aproximaba a aquella masa humana compacta.

De pronto un grito iracundo resonó en los oídos de Bobrov.

—¿Adónde vas?—rugió, dirigiéndose al cochero una voz. ¿No ves que atropellas a la gente, canalla ?

coche un En el mismo instante apareció ante "mujik" de alta estatura, de larga barba, cubierta la cabeza con blancos vendajes.

—¡Adelante!—gritó Bobrov con voz fuerte a su cochero.

¡Lo han incendiado!—respondió el otro temblando.

De pronto Bobrov recibió una pedrada en la sien derecha. Al tocarse la herida, su mano se manchó de sangre.

Los caballos aceleron su carrera. El resplandor rojizo del cielo se había hecho más intenso.

Las largas sombras de los caballos aparecían tan pronto a la izquierda como a la derecha. En ciertos momentos, Bobrov tenía la sensación de que el coche iba a caer en un profundo abismo.

No podía reconocer el sitio.

De repente se detuvieron los caballos.

—¿Qué pasa?—preguntó Bobrov furioso.

—Imposible avanzar—respondió Mitrofan en