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boso, de moverse, de correr, de avanzar a una velocidad loca. Sentía un frío terrible en todo el cuerpo. Sus dientes castañeteaban con tanta fuerza, que tuvo que apretar los labios. Pensamientos desordenados pasaban por su inflamado cerebro.

Sin darse cuenta, se hablaba a sí mismo en voz alta; a veces, hasta se reía, apretando furiosamente los puños.

Mitrofan no comprendía lo que le pasaba a su amo.

—Lo mejor sería que fuéramos derechos a casa —objetó tímidamente—. Me parece que no está usted del todo bien...

Bobrov se enfadó.

¡Calla, animal! Adelante!

Pronto se pudo ver la fábrica, toda envuelta en humo rosa y blanco. En el extremo de la fábrica llameaba, en una inmensa hoguera, un enorme depósito de tablas y vigas. Sobre el fondo luminoso del incendio, veíanse correr en todas las direcciones numerosas figuras humanas negras, que parecían minúsculas como hormigas. Se oía ya, a lo lejos, el crujido de la madera seca devorada por las llamas. Las torres redondas y las chimeneas de los altos hornos tan pronto se dibujaban distintamente sobre el cielo rojizo, como desaparecían entre la oscuridad y el humo. En el agua oscura del gran estanque cuadrado se refejaba el fuego con lúgubres resplandores. La presa levantada en aquel estanque estaba cubierta toda por una muchedumbre compacta de hom-