Un poco apartado, el bello Muller preparaba en una mesita un ponche, que ardía con pequeñas llamaradas azules.
De pronto, Kvachnin se levantó de nuevo y dijo con una sonrisa maligna y bonachona:
—Señores, me es en extremo agradable anunciaros que nuestra fiesta coincide con una solemnidad de carácter puramente familiar. Tengo el gusto de dirigir mis felicitaciones calurosas a los prometidos: Nina Grigorievna Zinenko y...
Se detuvo un instante porque había olvidado los nombres de Sveyevsky.
Y de nuestro colega el señor Sveyevsky!
¡Seguro estoy de que todos les desearemos unánimemente la mayor felicidad posible en el mundo!
La noticia era completamente inesperada y la sorpresa fué grande. Todos felicitaron ruidosamente a Nina y a su novio.
Bobrov lanzó un grito doloroso. Andrea notó que había palidecido mortalmente, y le dijo al oído:
—Aún hay más, colega. Escuche, voy a pronunciar yo ahora un discursito.
Se levantó, dejando caer la silla y vertiendo en el mantel la mitad de su copa, y dijo:
¡Señoras y señores! Nuestro venerable jefe, con su modestia habitual y muy comprensible esta vez, no ha terminado su discurso. Yo le voy a terminar por él. Podemos felicitar a nuestro querido colega el señor Sveyevsky por su nuevo cargo: a partir del mes próximo ocupará el puesto de director responsable de todos los asuntos de la Ad-