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fuerza de nuestro genio, empresas gigantescas, ponemos en circulación millones de millones. Sabed, señores, que la naturaleza prodiga a veces sus fuerzas creadoras, suscitando pueblos enteros con el solo fin de sacar dos o tres docenas de hombres superiores, elegidos entre la multitud. ¡Tened el valor y la fuerza de ser esos elegidos! ¡Hurra, señores!

—Hurra, hurra!—gritaron por todos lados.

La voz de Sveyevsky sobresalía entre todas.

Todo el mundo se levantó para chocar su copa con la de Kvachnin.

—¡Qué abominable discurso!—dijo el doctor.

Después de Kvachnin habló Chelkovnikov.

¡Señores, os propongo beber a la salud de nuestro querido patrón y venerable maestro!

¡Viva Basilio Terentevich Kvachnin! ¡Hurra!...

—¡Hurra!—repitieron de nuevo todos los invitados, levantándose para brindar con Kvachnin.

A partir de aquel momento, comenzó una verdadera orgía de elocuencia. Se brindaba por la prosperidad de la fábrica, por los accionistas ausentes, por las damas presentes y por todas las damas en general. Hubo hasta brindis frívolos y de doble sentido.

El "champagne", servido por docenas de botellas, produjo pronto sus efectos: los invitados se hacían cada vez más locuaces, el pabellón estaballeno de ruido, y los oradores, antes de comenzar sus discursos, tenían que golpear largo tiempo su copa con el cuchillo para atraer la atención.