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que levanto mi copa. No olvidaré jamás el afectuoso recibimiento que me habéis hecho. Este rato de alegría quedará para siempre grabado en mi memoria, sobre todo, gracias a la amabilidad de nuestras damas; será uno de los mejores recuerdos de mi vida. ¡Bebo a la salud de las damas!

Levantó muy alta su copa, trazó un semicírculo con ella en el aire, bebió algunos sorbos y continuó:

—Ahora me dirijo a vosotros, mis colaboradores y colegas. No os enojéis si mis palabras parecen tener el carácter de un cariñoso sermón. En comparación con todos vosotros, yo soy ya un viejo, y los viejos pueden permitirse sermonear...

Andrea se inclinó hacia Bobrov y le dijo al oído:

—¡Mire usted a ese canalla de Sveyevsky!

En efecto, el rostro de Sveyevsky expresaba una atención exagerada, casi religiosa. Cuando Kvachnin dijo que era ya viejo, Sveyevsky protestó, haciendo enérgicos movimientos con las manos y con la cabeza.

—Me permito repetir una frase muy conociday muy usada, que se puede leer muchas veces en los periódicos—continuó Kvachnin—. Es preciso que mantengamos alta nuestra bandera. No olvidéis que somos la selección, que el porvenir nos pertenece. Nosotros hemos cubierto el globo terrestre con una red de caminos de hierro; hemos socavado las entrañas de la tierra y convertimos sus riquezas en cañones, puentes, locomotoras, rieles y máquinas colosales. Al realizar, con la