Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/112

Esta página no ha sido corregida
108
 

El vaso estaba lleno. Andrea puso la botella en la mesa y miró con curiosidad a su vecino.

Bobrov vació el vaso de un trago. Como no estaba habituado a beber, sintió un escalofrío.

— Le roe a usted algún gusano, hijo mío?preguntó Andrea mirándole seriamente a los ojos.

—Sí, un gusano me roe.

—En el corazón?

—Sí.

—Entonces, ¿quiere usted más coñac?

—Bien, écheme usted más.

Bebía el coñac con rapidez y, al mismo tiempo, con repugnancia, buscando el olvido en él. Pero no encontraba aquel olvido tan deseado. Por el contrario, se sentía por momentos más desgraciado; acudían las lágrimas a sus ojos. A duras penas lograba contenerlas.

Los criados pusieron ante los invitados botellas de "champagne". Kvachnin se levantó, cogió una copa con dos dedos y, durante algunos instantes, la estuvo mirando a la luz de un candelabro que colgaba del techo de la tienda.

Todo el mundo se calló. Se oía el chisporroteo de las luces y el canto de los grillos alrededor del pabellón.

Kvachnin tosió varias veces, disponiéndose a hablar.

¡Señoras y señores!—comenzó, y tras una pausa bastante larga, continuó—: Me atrevo a creer que nadie hay aquí que ponga en duda la profundidad, la sinceridad del reconocimiento com