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Hablando así, el doctor llevó a Bobrov al pabellón. Se sentaron uno al lado del otro. El vecino de Bobrov, al otro lado, era Andrea. Le saludó con mucho afecto, y le golpeó en el hombro cariñosamente.

—Siéntese usted; estoy muy contento de tenerle por vecino—dijo Andrea—. Me parece usted muy simptico, no como muchos otros... ¿ Bebe usted coñac?

Andrea estaba visiblemente borracho. Sus ojos brillaban con un vivo resplandor en su rostro pálido. Aquel hombre de tanto valer y energía era un alcohólico que se emborrachaba todas las noches en su casa, a puerta cerrada, hasta perder el conocimiento.

Bobrov vació un momento. "Quizás el coñac me haga un buen efecto—pensó. Probemos." Andrea esperaba, botella en mano. Bobrov le tendió su vaso.

—¡Eso está muy bien!—aprobó Andrea.

—Es fuerte este coñac?—preguntó Bobrov.

—Bastante... Bastará la mitad del vaso?

—Más.

—¡Bravo! Se diría que pertenece usted a la marina sueca. ¿Es bastante?

—¡No, más! ¡Hasta arriba!

—Amigo mío, hay que considerar que es coñac Martell... Verdaderamente coñac viejo...

—No tenga usted cuidado. Siga echando.

"Tanto peor—pensó Bobrov—, me emborracharé como un zapatero!"...