Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/110

Esta página no ha sido corregida
106
 

La música, que seguía tocando, le producía un horrible dolor de cabeza.

¡Al fin, aquí está!—exclamó alguien acercándose a él.

Era el doctor.

—Le he buscado a usted por todas partes. Dijérase que se esconde usted... He estado jugando a la baraja; me han hecho sentarme casi a la fuerza... Ea, vamos a cenar; he guardado dos sitios.

—No, doctor, no iré—respondió Bobrov con voz apenas perceptible—. Vaya usted solo.

El doctor miró fijamente a su amigo.

—Pero ¿ qué es lo que le pasa? ¿No está usted bueno? le preguntó afectuosamente. No, querido, sea como quiera; pero yo no le dejo solo.

Vamos allá y no me replique usted.

¡Tengo el corazón oprimido, doctor! ¡Todo me fastidia!—dijo Bobrov, dejándose llevar por el médico.

—¡Pamplinas! ¡Vamos, sea usted hombre!

Rodeó con su brazo cariñosamente la cintura de Bobrov.

—¿Qué? ¿Hay algo grave? Voy a recetarle a usted un buen remedio; vamos a beber y todo acabará. Ya verá usted. A decir verdad, yo he bebido un poco con el señor Andrea. ¡Ese sí que sabe beber! ¡Dios mío, lo que bebe! Absorbe como un tonel vacío... A propósito, Andrea se interesa mucho por usted. ¡Vamos allá... valor, amigo mío!