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EL DIOS IMPLACABLE



I

La sirena de la fábrica vibró largo rato en el aire, anunciando el comienzo de la jornada de trabajo. Sus sonidos roncos, incesantes, parecían salir de debajo de la tierra y esparcirse por la superficie. El alba melancólica de un día lluvioso de agosto daba a los silbidos de la sirena un carácter enojoso y amenazador.

El ingeniero Bobrov se había levantado ya y estaba sentado a la mesa, dispuesto a tomar el desayuno. Desde hacía algunos días, Andrey Ilich —este era su nombre sufría de insomnio. Después de acostarse por la noche, con la cabeza pesada, se dormía inmediatamente, con un sueño nervioso, inquieto; pero mucho tiempo antes de salir el sol se despertaba molido, extenuado y de muy mal humor.

La causa de ello, sin duda, era el exceso de trabajo físico y moral, así como su antigua costumbre de recurrir a la morfina, contra la que se ha emprendido últimamente una lucha enérgica.

Ahora, sentado cerca de la ventana, tomaba a