caballeros. Ve e invita a Kvachnin. Ya acabó de jugar a la baraja. Allí está a la puerta del pabellón...
—¡Pero, mamá! ¿Cómo quieres que baile con él? ¡Está tan gordo!...
—¡Pues así y todo, invítale, te digo! Antes tenía fama en Moscú de ser uno de los mejores bailarines. En todo caso, eso le gustará...
Desde su rincón apartado, Bobrov vió a Nina, como a través de una niebla opaca, atravesar con paso ágil el calvero, y luego, sonriente y coqueta, detenerse ante Kvachnin, inclinando graciosamente la cabeza en actitud de súplica. Ella le dijo algo que él escuchó, inclinado ligeramente hacia la joven. De pronto, Kvachnin se echó a reir a carcajadas, balanceando su enorme cuerpo, e hizo con la cabeza un movimiento negativo.
Nina insistió largo rato; luego, con cara de contrariedad, con una mueca de capricho, hizo un movimiento para irse. Pero Kvachnin no la dejó marchar. Encogiéndose de hombros, como si quisiera decir: "¡Qué le vamos a hacer!, hay que obedecer a los caprichos de los niños", tendió la mano a la muchacha.
Todos los que se disponían a bailar se detuvieron repentinamente y dirigieron miradas llenas de curiosidad a Kvachnin y Nina. El espectáculo de Kvachnin bailando prometía ser muy pintoresco.
Al primer compás de la música, se volvió ha-