Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/104

Esta página no ha sido corregida
100
 

El aroma de sus finos perfumes y de sus cuerpos cálidos se mezclaba con el olor de las plantas de la estepa, de las hojas caídas, del heno y de la humedad del bosque. Por todas partes se veían abanicos agitándose, como las alas de lindos pájaros, al echarse a volar. El ruido de las conversaciones y el crujido de la arena pisada, tan pronto se debilitaba como se hacía más fuerte cuando la música dejaba de tocar.

Bobrov seguía a Nina con los ojos. Dos veces le tocó casi con el extremo de su vestido, al pasar ante él en una vuelta de vals. Al bailar, con una actitud de abandono, llena de gracia, posaba su mano fina sobre el hombro de la pareja e inclinaba su cabeza, como si quisiera descansarla en el hombro del caballero. En algunos momentos, Bobrov entreveía los bajos de sus enaguas, de finos encajes, el elegante y breve pie y las medias negras. Entonces sentía una especie de confusión y se ponía furioso contra los que pudieran ver a Nina en aquellos momentos.

Empezaron a bailar la mazurka. Eran cerca de las nueve de la noche. Nina, que bailaba con Sveyevsky, aprovechó un momento en que éste, que dirigía las danzas, estaba ocupado, y escapó con paso ligero, sosteniéndose los cabellos flotantes con la mano, hacia el tocador. Bobrov, que la vió correr, se apresuró a seguirla y se situó en la puerta. Aquel rincón apenas estaba iluminado:

el tocador, detrás del pabellón, se hallaba en la sombra.