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y buscaba consuelo en hipótesis y conjeturas.

¿Estaría enfadada porque no la había mandado un ramo de flores? ¿O era, simplemente, que no quería bailar con él porque bailaba mal? En ese caso, tenía razón; estas pequeñeces tienen mucha importancia para las muchachas, que hacen de ellas el manantial de sus penas y sus alegrías, toda la poesía de su vida.

Cuando comenzó a bajar la noche y el cielo se ensombreció, fueron encendidas alrededor del pabellón largas guirnaldas de farolillos chinescos de diferentes colores. Pero esto no bastaba para iluminar el calvero, la mayor parte del cual quedaba en sombras. De pronto, en los dos extremos, brotó la luz resplandeciente de dos esferas eléctricas, que estaban escondidas cuidadosamente entre el espeso follaje. Los árboles, arrancados de las tinieblas por la luz, parecían una decoración de teatro.

Un poco más lejos, se dibujaban vagamente sobre el cielo negro los contornos irregulares del bosque, envuelto en una neblina verdinegra. Los grillos cantaban por todas partes en la estepa, imponiéndose a la música; eran, sin duda, numerosísimos, pero creyérase que uno solo cantaba, ya a la derecha ya a la izquierda.

El baile estaba cada vez más animado y más brillante. Las danzas se seguían unas a otras. La orquesta apenas tomaba descanso. Las mujeres parecían embriagadas por la música, la danza y la fantástica decoración de aquel baile nocturno.