Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/102

Esta página no ha sido corregida
98
 

¡ Sí, sí!.

Nina se encogió de nombros, y añadió con voz irónica:

—Llega usted tarde. Ya en el coche estaba comprometida para todos los rigodones.

—Entoncesme ha olvidado usted completamente?—preguntó con tristeza Bobrov.

Su voz turbó y conmovió a Nina. Con un movimiento nervioso, cerró y volvió a abrir su abanico.

—La culpa la tiene usted mismo. ¿Por qué no se ha acercado usted a mí?

—Pero... ¡Bien sabe usted que no he venido aquí más que per verla! ¿O es que todo lo que usted me ha dicho ha sido una broma ?

Nina calló confusa y apretando el abanico nerviosamente. Un joven ingeniero, acercándose a ella, la sacó de aquella situación penosa. Se levantó apresuradamente y sin mirar siquiera de reojo a Bobrov, puso su mano fina, enfundada en un largo guante blanco, en el hombro del ingeniero. Bobrov la siguió con la mirada. Después de dar dos o tres vueltas se sentó en el otro extremo del calvero. Era evidente que le esquivaba. Probablemente, tenía razones para temerle y avergonzarse de él.

Del alma de Bobrov se apoderó un enojo melancólico. Todos los rostros parecíanle feos, miserables y cómicos. Los sonidos de la música le herían dolorosamente y le daban dolor de cabeza.

Pero aún no había perdido todas las esperanzas