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En el amplio pabellón, agitábanse los criados en torno a las mesas, cubiertas con blancos manteles nuevos; oíase el ruido continuo de la vajilla.

Cuando los músicos acabaron de tocar, todos los invitados aplaudieron con entusiasmo. Estaban tanto más sorprendidos cuanto que dos semanas antes aquel calvero no existía aún, y era un trozo de terreno accidentado, cubierto de espesa maleza.

A los pocos minutos, la orquesta empezó a tocar un vals.

Bobrov vió que Sveyevsky, que se hallaba al lado de Nina, la cogió por el talle, sin miramientos, sin previa invitación, y los dos se pusieron a bailar, dando vueltas por el calvero.

Apenas acabó Nina, fué invitada por un estudiante. Después del estudiante, bailó con otro. A Bobrov no le gustaba bailar y bailaba mal, pero se le ocurrió la idea de invitar a Nina. "Quizásse dijo me pueda explicar con ella durante la danza." Se acercó a ella cuando, después de haber bailado dos valses, se sentaba para descansar, abanicándose.

—¡Espero, Nina Grigorievna, que no se niegue usted a bailar conmigo un rigodón!

—¡Ah, Díos mío! Lo siento infinito, pero estoy ya comprometida para todos los rigodones—respondió ella, sin mirarle.

—¿De veras? ¿Tan pronto?

EL DIOS 7