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hacia ti!" En vez de esto, prefería volver la cara.

"No importa; durante la merienda encontraré ocasión de explicarme con ella"—se dijo Bobrov, presintiendo algo doloroso e indigno.—"De un modo o de otro, yo sabré la verdad."

X

Cuando llegó el tren a la pequeña estación, los expedicionarios salieron de los coches, y, formando una larga fila, se dirigieron por un estrecho sendero al Barranco Verde. La brisa fresca del bosque acariciaba los rostros. El sendero iba cuesta abajo, se hacía cada vez más estrecho, y al fin desaparecía en la maleza. Los pies hollaban las hojas caídas, secas y amarillentas. A través del espeso follaje se veía el cielo, teñido por los resplandores del sol poniente.

Pronto desapareció la maleza. Ante los ojos de los invitados presentóse un ancho calvero, rodeado de árboles, muy limpio y cubierto de fina arena. En uno de los extremos del calvero había un pabellón, adornado de flores y banderas; en el otro extremo, un estrado para los músicos.

En cuanto los primeros invitados hicieron su aparición en el calvero, la orquesta militar les saludó con una marcha solemne. Los sonidos alegres se esparcieron por el bosque, repitiéndose entre los árboles y uniéndose a los lejos en un eco prolongado, que semejaba otra orquesta más apagada y vaga.