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Son del Conde de Oñate—dijo el Diablillo—, timbre esclarecidísimo de los Ladrones de Guevara, Mercurio Mayor (1) de España y Conde de Villamediana, hijo de un padre que hace emperadores, y es hoy presidente de Ordenes.

—Y aquellas gradas que están allí enfrenteprosiguió la tal Rufina María—, tan llenas de gente, ¿de qué templo son, o qué hacen allí tanta variedad de hombres vestidos de diferentes colores?

—Aquéllas son las gradas de San Felipe—respondió el Cojuelo—, convento de San Agustín, que es el mentidero de los soldados, de adonde salen las nuevas primero que los sucesos.

—¿Qué entierro es éste tan sumptuoso que pasa por la calle Mayor?—preguntó don Cleofás, que estaba tan aturdido como la mulata.

—Este es el de nuestro Astrólogo—respondió el Cojuelo, que ayunó toda su vida, para que se lo coman todos éstos en su muerte, y siendo su retiro tan grande cuando vivo, ordenó que le paseasen por la calle Mayor después de muerto, en el testamento que hallaron sus parientes.

—Bellaco coche—dijo don Cleofás—es un ataúd para ese paseo.

—Los más ordinarios son esos dijo el Cojuelo, y los que ruedan más en el mundo. Y ahora me parece—prosiguó diciendo que estarán mis amos menos indignados conmigo, pues la prenda (1) Correo mayor.