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requisitoria; la Academia se alteró con la intempestiva visita, y el atrevido Alguacil dijo:

—Vuesas mercedes no se alboroten; que yo vengo a hacer mi oficio y a prender no menos que al señor Presidente, porque es orden de Madrid, y la he de hacer de Evangelio.

Palotearon los académicos, y don Cleofás se espeluzó tanto cuanto, y el Fiscal, que era el Cojuelo, le dijo:

—No te sobresaltes, don Cleofás, y déjate prender, no nos perdamos en esta ocasión; que yo te sacaré a paz y a salvo de todo.

Y volviendo a los demás, les dijo lo mismo, y que no convenía en aquel lance resistencia ninguna; que si fuera menester, el Engañador y él metieran a todos los alguaciles de Sevilla las cabras en el corral.

—Hombre hay aquí—dijo un estudiantón del Corpus, graduado por la Feria y el pendón verde (1), que, si es menester, no dejará oreja de ministro a manteazos, siendo yo el menor de todos estos señores.

El Alguacil trató de su negocio sin meterse en más dimes ni diretes, deseando más que hubiese dares y tomares, y doña Tomasa estuvo empuñada la espada y terciada la capa, a punto de pelear al lado de su soldado; que era, sobre alentada, muy diestra, como había tanto que jugaba las armas, (1) Estudiante corpulento como gigantón del Corpus y hombre pendenciero como los del barrio de la Feria, que cierto día de motín enarbolaron un pendón verde.