Pero el molinero era otra cosa. No se conten· taba con apoderarse del rublo escondido en el bolsillo del prójimo. Iankel no era orgulloso y se inclinaba ante cualquiera; pero el molinero tenía una actitud altiva para todo el mundo, parecía un pavo real, y exigía que los campesinos se inclinaran muy profundamente ante él. Cuando Iankel tenía algún asunto con las autoridades locales, les hablaba humildemente y pagaba con timidez los favores del jefe de Policía; pero el molinero trataba a la Policía de igual a igual, y entraba en la administración comunal como en su casa. Si ocurría, a veces, que alguien golpeaba en la cara a Iankel, éste no hacía más que protestar débilmente; pero con el molinero había que tener mucho cuidado: no solamente nadie se atrevía a tocarle, sino que él mismo maltrataba con frecuencia a sus clientes y les ensangrentaba a veces la cara.
Sí, señor; esto era lo que pasaba; nuestro molinero tomaba los cuartos y exigía al mismo tiempo respeto, y los campesinos se inclinaban ante él más profundamente que ante el "icono". Pero ni el dinero ni los honores le hacían completamen— te feliz. Tenía siempre aire de disgusto, parecía enfadado, como si un perro le estuviera mordiendo en el corazón.
"Las cosas están muy mal arregladas en este mundo—pensaba—. Ni con el dinero es el hombre siempre feliz." Una vez le preguntó Iarko: