¡Dios mío, qué equivocado está usted!—exclanió animosamente el judío—. Oiga bien lo que voy a decirle.
Se levantó, el diablo también, y estuvieron así en pie, el uno frente al otro. El judío murmuró algo al oído del diablo, señalándole con el dedo el matorral donde estaba escondido el molinero, y dijo:
—Allí tiene usted uno!
Mientes! ¡Eso no es posible!—exclamó el diablo lanzando una mirada de espanto en la dirección indicada.
—No, no miento. Lo sé mejor que usted.
Luego murmuró otra cosa.
—¡Y dos!
Después de una corta pausa y un nuevo murmullo, añadió:
—Y tres! ¡Todo esto es muy verdad, palabra de judío honrado!
El diablo, perplejo, meneó la cabeza.
—No es posible!
—Pues bien, ¿quiere usted apostarse algo? Si le he dicho la verdad, usted me dejará libre dentro de un año, pagándome los perjuicios que me haya causado.
—¡Acepto! ¡Ah! Si fuera verdad, sería magnífico. Entonces no habría yo perdido el tiempo.
Le aseguro a usted que hará un buen negocio.
En este momento, el mismo gallo cantó de nuevo en la aldea. Tampoco los otros gallos respon-