quedaron envueltos en sombras. Una niebla blanquecina se alzó.
El diablo, jugueteando tranquilamente con sus alas, se cruzó las manos sobre la nuca y se echó a reír.
—Puedes gritar todo lo que quieras—dijo—. El molino está desierto.
—Usted no lo sabe—dijo lankel severamente.
Y siguió gritando, esta vez dirigiéndose al molinero.
—¡Señor molinero! ¡Ah, señor molinero! ¡Usted tiene un corazón de oro! Se lo suplico, salga por un instante. Nada más que un momentito, y diga tres palabras, nada más que tres palabritas. Por esto le perdonaré a usted la mitad de su deuda.
"No tendrás ni un solo copec!"—pensó el molinero.
Iankel, luego, cesó de gritar y, bajando la cabeza, se echó a llorar.
Así pasó un rato. La luna había desaparecido completamente, y sus últimos destellos se extinguieron sobre las copas de los árboles. Lo mismo en la tierra que en el cielo, todo estaba dormido en un sueño profundo. No se oía ningún ruido.
Sólo el judío lloraba suavemente.
—¡Ah, mi pobre mujer! ¡Ah, mis pobres hijos!
El diablo se sentó. A pesar de la obscuridad que envolvía la presa, el molinero podía distinguir sus cuernos, parecidos a los de un iecerrillo; se destacaban en la niebla blanquecina. by