to, y, sin embargo... ¡anda, anda! ¡Esto se pone interesante!
Salió descalzo, se llegó a la presa y empezó a rascarse el pecho y la espalda. La nubecilla se acercaba directamente a él. Pero ahora no era ya tan ligera ni volaba en línea recta como antes; se diría que temblaba, y tan pronto se elevaba, tan pronto descendía, como un pájaro herido.
Cuando pasó bajo la luna, el molinero comprendió todo lo que pasaba: en el disco luminoso de la luna se destacaron claramente dos alas, bajo las cuales se veía distintamente una figura humana, encogida, con una larga barba trémula.
—¡Es él, el diablo!—se dijo el molinero—. Se lleva un judío. ¿ Qué hacer ahora? Si le grito "¡déjale, que es mío!", el pobre judío, al caer desde tan alto, se aplastará contra la tierra o se ahogará en el río.
Pero en este momento notó que la situación cambiaba: el diablo, con su carga, vaciló y empezó a descender poco a poco. "Probablemente ha elegido una pieza demasiado pesada—pensó el molinero—.
Ahora, quizá, podré salvar al judío; por lo menos, es un hombre y no un diablo. Basta gritar muy alto y..." Pero, en vez de gritar, echó a correr a toda prisa y se escondió en el espeso matorral que estaba a la orilla del río, reflejándose en el agua.
Aquello era obscuro como un túnel cerrado, y el molinero tenía la seguridad de que no le vería nadie. Temblaba de miedo todo su cuerpo, como el