cama. A no ser los judíos, que, reunidos en la Sinagoga, rezan y lloran, y yo, que sigo aquí con mis negros pensamientos." Todo le parecía extraño a su alrededor. Al ofr el eco de la campana, antojósele que algo invisible corría y gemía por el camino.
Al fin se encontró ante la puerta de su molino.
—Gavrilo!—gritó a su ayudante.
Pero nadie respondió.
¡Bien lo sabía yo!—se dijo—. Ese maldito Gavrilo está ahora en la aldea cortejando a las mozas.
Salió al centro de la presa, iluminada por la luna. Asombróse de que hubiera bastante espacio en el río para la luna, las estrellas, el cielo todo, como también para la nubecilla obscura que corría rápida hacia la ciudad.
Pero estaba demasiado cansado para reflexionar ´ mucho, y, abriendo la puerta, entró en su casa para meterse en la cama.
IV
—¡Vaya una canción! ¡Voy a tener que levantarme!—dijo el molinero, mirando por la ventana.
Se levantó de la cama.
—Sí; no me engaño; es la misma nubecilla que vi volar en dirección a la ciudad. Ahora está de vuelta. Yo y Iarko nos habíamos sorprendido de que corriera sin viento. Ahora tampoco hay vien-