Y dijo:
—Admitamos que tenga usted razón. Pero ¿a quién le ha oído usted contar eso?
—¿A quién? Y usted, ¿a quién le ha oído hablar de Kiev?
— Diablo! ¡Tiene usted una lengua!... Es una navaja.
—Porque tengo razón. Una vez que todo el mundo lo dice, hay que creer en ello. Si no fuera verdad, las personas serias no lo hubieran dicho. Sólo los mentirosos cuentan patrañas...
—Ta, ta, ta!... Basta, hombre. ¡Una máquina parlante! Ya veo que he quedado mal. Quizá tengas razón. Pero, ¿cómo puede saber la gente lo que pasa hoy en la Sinagoga?
—Toma, pues porque sucede todos los años.
Si esas cosas no pasaran, no se hablaría de ellas.
Dios mío, qué hombre! Pero, en fin, ¿qué es lo que pasa?
—Pero, ¿es que ni siquiera sabe usted lo que pasa en la Sinagoga este día?
—Si lo supiera no te lo preguntaría. He oído a la gente hablar de cierto Japun; pero, en realidad, no sé de la misa la media.
—¡Pues por ahí debía usted haber empezado!
Bien; ya que no lo sabe usted, voy a contárselo, porque, ya ve usted, yo he visto algo de eso, no soy como usted. He vivido largos años en la ciudad, he servido muchas veces en casas de judíos...
—¿Y eso no es pecado?
—¿Servir en casas de judíos? Para los paisa—
EL DIA