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tonterías, tanto más cuanto que yo soy soldado y conozco mi deber." Naturalmente, entonces era yo joven y muy tonto. Ahora comprendo toda la estupidez de aquel proyecto. Después se lo conté a nuestro pope, al confesarme, y me reprendió severamente: "Eso está muy mal—me dijo—; tanto más cuanto que ella, sin duda, ni siquiera creería en Dios..." Desde Kostroma seguimos nuestro camino en una "troika" (1)—. Ivanov estaba casi siempre borracho. Después de haber bebido "vodka", se dormía en el coche y no se despertaba más que para beber de nuevo. Viéndole así, yo temía que perdiera el dinero que llevaba. Por otra parte, aquel borracho molestaba visiblemente a nuestra señorita. Al verle al lado suyo, borracho hasta perder el sentido, como un cuerpo inerte, roncando brutalmente, la señorita mostraba en su rostro una expresión de profundo disgusto, como si aquello no fuera un hombre, sino algún sucio animal. Se apretaba en su rincón, procurando no rozarse con él. Yo iba al lado del cochero. El viento era frío, y me helaba los huesos. Ella tosíu mucho se llevaba el pañuelo a la boca. De pronto vi que el pañuelo estaba manchado de sangre.

Esto me conmovió dolorosamente.

—¡Ah, señorita!—le dije—.¡Está usted tan enferma, y, sin embargo, ha partido para un viaje tan largo!

(1) Carruaje de tres caballos.