Página:El día del juicio (1919).djvu/173

Esta página no ha sido corregida
169
 

Y vosotros, ¿por qué seguís aquí? ¿O es que yo no soy ya vuestro señor? ¡Tened cuidado, si monto en cólera!...

Opanas se levantó sombrío y amenazador, como una de aquellas nubes que se amontonaban sobre el bosque. Cambió una mirada con Román, que seguía de pie, un poco apartado, con las dos manos apoyadas en su escopeta y perfectamente tranquilo.

El cosaco dió a su laúd un golpe formidable contra un árbol; el laúd se rompió en mil pedazos, con un gemido sonoro.

—¡Que el mismo diablo diga la verdad al que no quiere escuchar buenos consejos!—gritó—. Tú, señor, no quieres tener un servidor fiel... ¡Peor para ti!

En aquel mismo instante Opanas saltó sobre su caballo y se fué. Los demás cazadores hicieron lo mismo. Román se echó la escopeta al hombro y se fué también. Al pasar junto a la casa gritó a Oxana.

—¡Acuesta al chico; ya es tarde! ¡Y prepárale la cama al señor!

A los pocos minutos todo el mundo había desaparecido por el bosque. No quedó allí más que el señor, que entró en la casa; su caballo lo dejó atado a un árbol. Poco a poco descendían las tinieblas de la noche. La lluvia empezaba a caer, igual que ahora.

Oxana me acostó en la paja, y me hizo la señal de la cruz. Vi que lloraba.