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} 161 ¡Qué palabra tan grave había pronunciado! El señor, lleno de cólera, dió una patada en el suelo; el viejo Bogdan movió la cabeza, y Román, habiendo reflexionado un instante, levantó la cara y miró al señor.

—Y de quién tengo yo que guardar a mi mujer?—preguntó, sin dejar de mirar al señor—.

De las fieras, ya la guardo. Diablos no hay en el bosque. Del señor, que viene por aquí algunas veces? Así, pues, ¿qué es lo que tengo que temer? Ten cuidado—prosiguió, amenazando a Opanas; no me digas esas cosas si no quieres pescar algo.

Un poco más, y hubieran empezado a pegarse; pero el señor intervino, previendo las consecuencias de la disputa.

— Callaos!—ordenó. No hemos venido aquí a pelearnos. Tenemos que felicitar a los jóvenes esposos, y después, de noche, comenzar la caza.

¡Vamos!

Salió. Los criados lo habían preparado ya todo bajo los árboles.

Bogdan siguió a su amo. Opanas detuvo a Román en la puerta.

—No te enfades, valiente!—le dijo el cosaco. Escucha lo que te voy a decir. ¿Viste cómo le supliqué de rodillas al señor que me permitiera casarme con Oxana? No quiso; nada se puede hacer contra el destino. Pero... yo no he de permitir que nuestro enemigo común, el señor, se burle de ella y de ti. No puedo soportarlo. Estoy dispuesto

EL DIA 11