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nos de pánico; las liebres empezaron a correr lo camente en todas las direcciones. Creía yo que aquello sería alguna fiera que rugía. Pero no era una fiera: era el señor, que, montado en su caballo, tocaba el cuerno. Numerosos cazadores, también a caballo, le seguían, conduciendo muchos perros de caza. El más hermoso era Opanas Schvidky, que iba el primero después del señor.

Llevaba un traje azul, un "schapka" con franjadoradas, un magnífico fusil al hombro y un laúd sujeto al costado. El señor quería bien a Opana porque tocaba admirablemente el laúd y cantaba canciones muy bonitas. Además, era guapo. ¡Qué guapo era! El señor, comparado con Opanas, era muy feo: calvo, con la nariz roja, los ojos grises, nada bonitos. Opanas era un gran conquista— dor de corazones. Hasta yo mismo, cuando le miraba, sentía ganas de reír; ya te puedes figurar, pues, el efecto que produciría en las mujeres.

Me han dicho que los padres y los abuelos de Opanas eran cosacos, libres como el viento, del Sur de Rusia, y que todos eran gallardos, fuertes y bellos. Se comprende: no se veían obligados a trabajar rudamente en el bosque, como nosotros; no hacían más que correr sobre sus caballos, rápidos, por los campos y los caminos, con la lanza a la espalda...

Pues bien, yo salí y vi al señor y toda la comitiva, que se detuvo delante de la casa. Román ayudó al señor a bajar del caballo y le saludó.

—¿Cómo va, Román?—preguntó el señor.

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