Los ruidos del bosque
I
El bosque estaba agitado.
Siempre había ruido en aquel bosque, un ruido regular, sordo, como el eco de las campanas lejanas; tranquilo y vago, como una dulce romanza sin palabras, como un recuerdo del pasado. Siempre había ruido en aquel bosque, porque era muy viejo y no lo había tocado jamás el hacha de los leñadores. Los altos pinos seculares, con sus rojos troncos poderosos, se alzaban como un ejército sombrío, estrechando sus copas verdes en bóvedas espesas.
Abajo había calma y olía a alquitrán. A través del tapiz de verdes agujas que cubría la tierra crecían helechos anchos y fantásticos, completamente inmóviles. En los sitios húmedos, altas hierbas verdes. Las flores humildes inclinaban, cansadas, sus pesadas cabecitas. Pero en lo alto, incesantemente, sin interrupción, se oía el ruido del bosque, lanzando suspiros dolorosos.
Ahora estos suspiros se hacen cada vez más fuertes y profundos. Yo, montado en mi caballo,