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La llanura se hacía más clara. En el horizonte aparecieron algunos rayos de sol, que recorrieron rápidamente el cielo y apagaron las estrellas. La luna desapareció. Se levantaron brumas por todas partes y rodearon la llanura como una guardia de honor.

En un lugar, al Este, aquellas brumas eran claras como guerreros acorazados de oro. Las brumas se pusieron en movimiento; los guerreros de oro se inclinaron, y el sol, subiéndose en sus hon.bros, se puso a mirar la llanura, inundada inmediatamente por una claridad esplendorosa. Las brumas se desgarraron al Oeste y subieron lentamente a lo alto.

Le pareció a Makar que oía una bella canción Era el himno solemne con que la tierra saluda a diario la aparición del sol. Hasta entonces, Makar no había puesto atención a ello, y sólo entonces comprendió la belleza de aquel himno.

Permaneció inmóvil y escuchó. Hubiera querido estar escuchando eternamente aquel cántico divino...

El pope Ivan le tocó con la mano.

—Entremos—dijo. Hemos llegado.

Makar se dió cuenta de que se hallaba ante una gran puerta, oculta, poco antes, entre la bruma.

No tenía muchas ganas de seguir al viejo pope; pero había que obedecer.