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} 115 Makar se detuvo. En este sitio, casi al lado del camino, había un sistema de trampas. Veía la hilera de ramas secas. Veía también la primera trampa. No le pertenecía, pero Makar no se cuidaba de ello. Bajó del trineo, y dejando el caba'lo en el camino, prestó oído. No se percibía ningún ruido, salvo el vago tintineo de las campanas, a lo lejos.

Makar no tenía nada que temer. El propietario de aquella trampa y de muchas otras, Alechska, su vecino y enemigo, se hallaba, sin duda, a aquella hora en la iglesia. No se veían huellas sobre la nieve; por tanto, no había venido nadie.

Avanzó por el bosque. La nieve helada sonaba bajo sus pies. Por todas partes había trampas esperando a los animales, para cogerlos entre sus brazos. Pero todas estaban vacías. Quiso salir del bosque, pero de pronto oyó un leve ruido. Y percibió, a través de los árboles, en un sitio iluminado por la luna, la rojiza piel y la espesa cola de un zorro, que se movía suavemente, como invitando a Makar a seguirle. Pronto el zorro desapareció; pero a los pocos minutos Makar oyó un ruido sordo. Su corazón empezó a latir furiosamente. No cabía duda: el zorro había caído en la trampa.

Makar se lanzó hacia adelante, a través de los árboles, que le golpeaban el rostro con sus ramas, llenándolo de nieve. Varias veces estuvo para caer. Respiraba fatigosamente. Llegó a un