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Ahora consideraba la carne prometida como una deuda, y él sabía reclamar las deudas.

Una hora después volvió a montar en su trineo. Los deportados habían dado un rublo, por el cual debía entregarles una cantidad de leña para la chimenea. Les había jurado que aquel día no compraría "vodka" con el dinero; pero tenía la intención de hacerlo inmediatamente. El placer que le esperaba ahogaba en su pécho los remordimientos. Ni siquiera pensó en la terrible recepción que le haría su mujer, engañada, cuando volviera borracho.

—Pero, ¿dónde vas, Makar?—le gritó el joven, riendo, al ver que en vez de tomar el camino recto tomaba el de la izquierda, hacia el lado donde vivían los tártaros.

—¡Alto!—gritó Makar a su caballo— ¡Qué bestia es este caballo!...

Pero al mismo tiempo tiraba de la brida izquierda.

El caballo, que comprendía bien el estado de ánimo de su amo, trotó en la dirección indicada, y pronto se detuvo ante la casa de los tártaros.

III

Había allí ya varios caballos atados.

La casita estaba llena de gente. Un humo espeso de mal tabaco pasaba lentamente por la chimenea y envolvía la habitación. Ante las mesas y sobre los bancos había sentados yakuts.

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