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nes de los autores en materias de derecho político, cuando han querido juzgar los derechos respectivos de los reyes y de los pueblos segun los principios que habian establecido. Cualquiera puede ver, en los capítulos III y IV del libro primero de Grocio cuanto este sabio y su traductor Barbeirac se enredan y se embarazan con sus sofismas, por temor de hablar demasiado ó de no decir lo bastante segun sus miras, y de chocar con los intereses que habian de conciliar. Grocio, refugiado en Francia, descontento de su patria y con ánimo de hacer la corte á Luis XIII, á quien dedicó el libro, no perdona medio para despojar á los pueblos de todos sus derechos y para revestir con ellos á los reyes con toda la habilidad posible. Lo mismo hubiera querido hacer Barbeirac, que dedicaba su traduccion á Jorge I, rey de Inglaterra. Pero desgraciadamente la espulsion de Jacobo II, que él llama abdicacion, le obligó á ser reservado, á buscar efugios y á tergiversar, paraque no se dedujese de su obra que Guillermo era un usurpador. Si estos dos escritores hubiesen adoptado los verdaderos principios, todas las dificultades hubieran desaparecido y no se les podria tachar de inconsecuentes; pero hubieran dicho simplemente la verdad sin adular mas que al pueblo. La verdad empero no guia á la fortuna, y el pueblo no da embajadas, ni obispados, ni pensiones.