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estas interesan al comun. Es cierto que conviene al estado que tenga cada ciudadano una religion que le haga amar sus deberes; mas los dogmas de esta religion no interesan ni al estado ni á sus miembros, sino en cuanto tienen relacion con la moral y con los deberes que el que la profesa ha de cumplir hácia los demas. Por lo demas, cada cual puede tener todas las opiniones que quiera, sin que pertenezca al soberano mezclarse en ellas, porque como no tiene autoridad en el otro mundo, sea cual fuere la suerte de sus súbditos en la vida venidera, nada le importa, con tal que sean buenos ciudadanos en esta.

Hay segun esto una profesion de fé meramente civil, cuyos artículos puede fijar el soberano, no precisamente como dogmas de religion, sino como sentimientos de sociabilidad, sin los cuales es imposible ser buen ciudadano ni fiel súbdito [1]. Sin poder obligar á

    posible designar con mas ecsactitud. No he podido privarme del gusto de citar algunas veces este manuscrito, aunque no es conocido del público, para honrar debidamente la memoria de un hombre ilustre y respetable, que hasta en el ministerio conservó el corazon de un verdadero ciudadano, y unas miras rectas y sanas sobre el gobierno de su país.

  1. Abogando César en favor de Catilina, procuraba establecer el dogma de la mortalidad del alma: Caton y Ciceron, para refutarle, no se entretuvieron en filosofar, sino que se contentaron con demostrar que César hablaba como mal ciudadano, y que emitia una doctrina perniciosa al estado. Esto era en efecto de lo que habia de juzgar el senado romano, y no de una cuestion de teología.