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porque no hay otro ejemplo igual, y porque á él debió Roma tanto la conservacion de sus costumbres como el engrandecimiento de su imperio. Nadie diria sino que las tribus urbanas se arrogaron bien pronto el poder y los honores, y que no tardaron en envilecer á las rústicas: pues sucedió todo lo contrario. Bien sabida es la aficion de los primeros Romanos á la vida campestre; aficion que les vino del sabio fundador de la república, que juntó los trabajos rústicos y militares á la libertad, y desterró, digámoslo asi, á la ciudad las artes, los oficios, la intriga, la fortuna y la esclavitud.

Asi pues, viviendo lo mas ilustre de Roma en el campo y cultivando las tierras, se acostumbraron los Romanos á buscar alli solo el apoyo de la república. Siendo este estado, el de los mas dignos patricios, fué honrado por todos; fué preferida la vida sencilla y laboriosa de los aldeanos á la vida ociosa y poltrona de los vecinos de Roma; y el que tal vez no hubiera sido mas que un desdichado proletario en la ciudad, llegaba á ser, trabajando la tierra, un ciudadano respetado. No sin motivo, decia Varron, nuestros magnánimos mayores establecieron en el campo el semillero de estos hombres robustos y valientes, que los defendian en tiempo de guerra y los alimentaban en tiempo de paz. Plinio afirma que á las tribus del campo se las honraba mucho á causa de los hombres que las componian; mientras que los cobardes á quienes se queria envilecer eran transportados por ignominia á las