Esta razon sublime que es superior á la esfera de los hombres vulgares, es de la que se vale un Legislador poniendo sus decisiones en la boca de los Inmortales para arrastrar por autoridad Divina á los que no podria bambolear la prudencia humana[1]. Pero no pertenece á todo hombre hacer hablar á los Dioses, ni de ser creido quando anuncia ser su intérprete. La grande alma del Legislador es el verdadero milagro que debe probar su mision. Todo hombre puede gravar las tablas de piedra, ó comprar un oráculo, ó fingir algún secreto comercio con la Divinidad, ó adiestrar un páxaro para que le hable á la oreja, ó hallar otros medios groseros para imponer ó seducir al Pueblo. El que no sepa mas que esto, podrá juntar por casualidad una tropa de insensatos; mas no fundará jamas un Imperio, y su extravagante obra perecerá bien pronto con él. Los vanos prestigios forman un vínculo pasagero, y solo la sabiduria
- ↑ Verdaderamente, dice Machiavelo, nunca hubo ninguno que haya establecido leyes extraordinarias en un Pueblo sin recurrir á Dios, pues sin esto no hubieran sido aceptadas, por que hay muchos bienes que conoce el sabio, y que no tiene en si razones evidentes para poderlos persuadir á los demas.