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LA ÚLTIMA NOCHE.

sus semejantes, pues volviendo al curso de sus ideas lóbregas, tenía el presentimiento de que se encaminaba hacia una gran desgracia.

Cuando llegaron á la plaza, todo estaba lleno de polvo; los árboles descarnados del jardín parecían fustigarse entre sí á lo largo del muro. Poole, que durante el camino se había adelantado uno ó dos pasos, se detuvo bruscamente en medio de la calle; á pesar del frío, se había quitado el sombrero y se secaba el sudor de la frente con un pañuelo encarnado. No obstante la rapidez de su marcha, no era el sudor producido por ella lo que enjugaba, sino el provocado por la angustia que le sofocaba, pues su rostro estaba pálido y su voz era dura y ronca.

—En fin, señor—dijo—hemos llegado, y quiera Dios que no haya sucedido nada malo.

—Amén, Poole—contestó el abogado.

En esto, el criado llamó con precaución; abrieron la puerta, pero no la cadena, y una voz preguntó desde adentro: