tó el doctor tristemente, con voz apagada.
—No será por mucho tiempo, gracias á Dios.
—Permanecéis demasiado encerrado—siguió diciendo el abogado.—Deberíais salir para hacer ejercicio, como lo hacemos Enfield y yo. Es mi primo, el Sr. Enfield, el Doctor Jekyll.—Venid, ponéos el sombrero y venid á dar una vuelta con nosotros.
—Sois demasiado bueno—repuso el doctor;—bien lo quisiera; pero no, es enteramente imposible. No me atrevo. Pero, de veras, Utterson, me alegro que hayáis venido; es realmente una gran alegría para mí el veros. Quisiera preguntaros á vos y al Sr. Enfield, pero el lugar no es del todo conveniente.
—¿Por qué?—exclamó el abogado con afabilidad;—lo mejor que podemos hacer es permanecer aquí abajo, y hablar con vos desde el sitio en que estamos.
—Era precisamente lo que iba á atreverme á proponeros—replicó sonriendo el doc-