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EL CASO DEL ASESINO DE CAREW.

—¿tiene que habérselas con la policía? ¿Qué ha hecho?

Utterson y el inspector cambiaron una mirada.

—Parece que no es hombre muy popular—observó el inspector.—Y ahora, buena mujer, permitidnos hacer un examen minucioso de la habitación.

En toda la extensión de la casa, que estaba enteramente vacía, salvo la presencia de la vieja, Hyde sólo ocupaba dos piezas, que se hallaban adornadas con lujo y buen gusto. Un armario estaba lleno de botellas de vino, la vajilla era de plata, la mantelería elegante, de la pared colgaba un buen cuadro, regalo (supuso Utterson) de Enrique Jekyll, quien era muy inteligente en pinturas, las alfombras gruesas y de colores agradables. Pero en aquel momento había en las dos habitaciones indicios numerosos de un desorden reciente y precipitado; se veían trajes en el suelo, con los bolsillos vueltos para fuera; en el hogar un montón de ceniza gris, como si hubie-