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El DR. JEKYLL.

mando lágrimas, cuando refería después el acontecimiento—jamás se había sentido tan en paz con todos los hombres, ni había tenido ideas tan buenas acerca del mundo. Hallándose sentada así, vió á un caballero de edad, de buen porte, con el pelo blanco, que caminaba casi rozando la pared de la callejuela; á su encuentro fué otro caballero, de pequeña estatura, en quien no había reparado ella al principio. Cuando llegaron bastante cerca uno de otro para poder hablar, el hombre de más edad se inclinó, acercándose al otro con la mayor deferencia.

No pareció que el objeto de su pregunta fuese de grande importancia; y, según su manera de hablar, podía suponerse que sólo preguntaba el camino; la luna se reflejaba en su rostro mientras hablaba, y la muchacha se alegraba de verlo, porque parecía indicar un carácter ingenuo, con un no sé qué de altivo, y como de amor propio bien fundado.

En esto, los ojos de la joven se volvieron