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El DR. JEKYLL.

— Lo que he sabido es horrible—dijo Utterson.

—No puedo variar nada; no comprendéis mi situación—replicó el doctor, con cierta incoherencia.—Mi situación es penosa, Utterson; mi situación es verdaderamente extraña; muy extraña. Es uno de esos asuntos que no se pueden arreglar con palabras.

—Jekyll—dijo Utterson—me conocéis; soy hombre en quien se puede confiar y á quien todo se puede decir. Decidme toda la verdad en confianza, y tengo la seguridad de poder sacaros de esa situación.

—Mi buen Utterson—repuso el doctor—lo que hacéis es bueno, es francamente una gran bondad de vuestra parte, y no puedo hallar expresiones suficientes para daros las gracias. Os creo en absoluto, me fiaría de vos antes que de cualquiera otro hombre, antes que de mí mismo, si tuviese que escoger; pero no es lo que os imagináis; no es tan malo; y para tranquilizar vuestro buen corazón, os diré una cosa, y