aquella noche Utterson se hallaba en una situación excepcional; el rostro de Hyde no se apartaba de su memoria; sentía (cosa rara en él) como disgusto de la vida, y su espíritu entristecido le hacía ver como una amenaza en los reflejos de las llamas sobre las partes brillantes de los armarios, y en los oscilantes movimientos de las sombras del techo.
Cuando Poole regresó y anunció que el Dr. Jekyll había salido; —he visto al Sr. Hyde entrar por la vieja puerta del gabinete de anatomía, Poole— le dijo el abogado —¿es eso natural no estando en casa el Dr. Jekyll?
—Completamente natural y regular, Sr. Utterson —repuso el criado. —El Sr. Hyde tiene una llave de aquella puerta.
—Vuestro amo, Poole, parece tener la mayor confianza en ese joven.
—Sí, señor, es verdad —contestó Poole— todos tenemos orden de obedecerle.
—No creo haber encontrado aquí jamás al Sr. Hyde —dijo Utterson.