Hyde lanzó una estrepitosa carcajada, y con una rapidez extraordinaria, levantó el pestillo de la puerta y desapareció dentro de la casa.
El abogado se quedó inmóvil y desconcertado al ver la desaparición de Hyde. Al cabo de un rato echó á andar calle arriba, deteniéndose á cada paso y llevándose una mano á la frente, como un hombre presa de la mayor perplejidad. El problema cuya solución buscaba, según iba caminando, era de aquellos que rara vez la tienen. El Sr. Hyde era pálido y de pequeña estatura; producía la impresión de lo deforme sin que fuese posible designar esa deformidad con una palabra exacta; tenía una sonrisa desagradable; se había conducido con una mezcla criminal de timidez y de audacia; había hablado con una voz ronca, que silvaba por momentos, y algo cascada. Todos estos detalles le eran contrarios, pero aun reunidos no bastaban para explicar la repugnancia, el odio y el miedo con que los consideraba Utterson. Debe